Antimonio

ELEMENTO 51

Antimonio

51

2min

Vómitos, depresión y melancolía.

Si esta fuera una historia de magos y hechiceras en un mundo fantástico y medieval, una historia de reyes tiranos y alquimistas excéntricos, una historia de grandes banquetes y muertes horribles, el antimonio tendría lugar en ella. Un elemento cristalino. Quebradizo. De un color gris plateado o negruzco. Que raramente se puede encontrar en la naturaleza en forma pura y que se parece a un metal, pero no se comporta como un metal. Por ejemplo, conduce mal la electricidad y se evapora a bajas temperaturas. Y más divertido aún: es posible hacerlo estallar.

Pero incluso lejos de los horrores de la fantasía medieval, la verdadera historia del antimonio también incluye datos espeluznantes. Por ejemplo, los antiguos egipcios molían estibnita y la usaban como cosmético. Al hacerlo de forma prolongada, el alto contenido de antimonio en la estibnita acababa causándoles enfermedades crónicas en los pulmones, corazón y tracto digestivo.

Los romanos lo inmortalizaron a través de otra de sus propiedades: la emética. Los cálices vomitorii eran copas de vino macerado con antimonio que bebían para regurgitar y poder seguir comiendo en los extensos banquetes que se daban.

Siglos después, por razones no del todo claras, a alguien se le ocurrió usar el mismísimo antimonio, que producía vómitos y depresión, para tratar la melancolía. Los resultados no fueron los mejores, pero las locas aventuras de la medicina occidental no terminaron ahí. El uso que le daban los romanos fue retomado, ya no en forma de líquido, sino como pastilla: una bola de antimonio que se ingería, recorría todo el sistema digestivo, desgastándose muy poco pero lo suficiente como para liberar partículas del elemento y provocar el efecto deseado. Existen testimonios médicos que dicen que una misma pastilla era usada, recuperada y vuelta a usar por la misma persona. A veces, se compartía entre los miembros de una familia y hasta pasaba de generación en generación.

Por suerte para quienes vivimos en ese futuro que llamamos ‘hoy’, los cosméticos ya se fabrican con elementos menos nocivos, la forma de fabricar laxantes fue perfeccionada y la melancolía se intenta abordar primero con chocolates y abrazos. El antimonio sigue teniendo su lugar, aunque más lejos del cuerpo: en aleaciones químicas, semiconductores, baterías, cerámicas, retardantes y plásticos.

Pero no todo futuro es hermoso. A veces, el antimonio se cuela en los lugares menos deseados. Por ejemplo, se sabe que una botella de plástico con agua en su interior, a temperatura ambiente, libera partículas de antimonio que pasan al líquido. Según la OMS, esas partículas son más bien pocas y no implican un riesgo para la salud. También se sabe que, debido a la contaminación plástica de los mares, los niveles de antimonio en el Ártico han crecido un 50% en los últimos 30 años. Porque la historia de la humanidad es la de crear y romper el mundo.