Prólogo

4min

La mayoría de las personas adultas recuerda pocas cosas de sus primeros años de vida. Algunos estudios del campo de la psicología indican que lo más temprano, lo primero que por lo general recordamos, suele haber pasado a los 3 o 4 años. Antes, es bastante difícil construir memorias que puedan sobrevivir y ser puestas […]

La mayoría de las personas adultas recuerda pocas cosas de sus primeros años de vida. Algunos estudios del campo de la psicología indican que lo más temprano, lo primero que por lo general recordamos, suele haber pasado a los 3 o 4 años. Antes, es bastante difícil construir memorias que puedan sobrevivir y ser puestas en palabras una vez que han transcurrido los años.
Siempre me intrigó saber cuál era mi primer recuerdo. Los intentos por precisarlo han sido totalmente fallidos. Cuando revuelvo en mi memoria, muchas imágenes se mezclan sin que pueda distinguir si en el momento en que ocurrió tal o cual cosa yo tenía 3, 4 o 5 años. Pero aunque no sé, de todo lo que recuerdo, qué es lo más viejo, sí puedo identificar un recuerdo fundacional. Originario. Probablemente, aparece con mucha nitidez porque yo no era tan chica, tendría ya unos 10 años, tal vez un poco más o un poco menos. Fue el día en que terminé de leer por primera vez un libro por mis propios medios. No cualquier libro, sino uno que consideraba “de grandes”. Hoy, me cuesta pensar qué significaba tal cosa, pero supongo que percibía que no era uno de esos libros de pocas páginas, con ilustraciones y tapas duras, que leen los más chicos. Tampoco decía en su contratapa la edad sugerida, ni que era para adolescentes, ni nada por el estilo. Era un libro, a secas.
El recuerdo es sobre todo el de una sensación. La sensación que me produjo darme cuenta de que ya pertenecía al mundo de las personas que leían libros, que había hecho algo que no me daba la posibilidad de volver al estado anterior. Había cruzado el umbral. No estaba en el mismo lugar de antes, y esa idea me reconfortó.
No pienso guardarme cuál era ese libro porque, además, es un gran libro. Se trata de una novela de ciencia ficción clásica llamada El día de los trífidos, escrita por John Wyndham. Tenía dos cosas que me llamaban mucho la atención y que probablemente me hicieron elegir ese libro por sobre otros de la biblioteca. La edición que había en mi casa tenía la tapa color verde estridente con un dibujo, también muy colorido, de algo que parecía un árbol con unas ramas alocadas y que en su centro tenía una cara que no era en verdad una cara humana, pero que de cierta forma se parecía. Lo otro que me resultaba atractivo era el título, que contenía una palabra que yo desconocía por completo: trífidos. Muchos años después, me enteré en la facultad de que es una palabra que usan los botánicos como adjetivo para describir algo —por ejemplo, un órgano de una planta— que está dividido en tres partes. Pero los trífidos que voy a recordar siempre son los de la novela: unas plantas mutantes que, en un mundo posapocalíptico, deambulaban persiguiendo a los pocos humanos que quedaban vivos.
¿Qué tiene que ver una novela de ciencia ficción de la década de 1950 con este libro que comienza aquí? Primero, en ambos libros hay un día y es un día un poco tramposo. En la novela, a pesar del título, la historia no transcurre en un solo día, pero lo que señala la palabra allí es que el mundo cambió para siempre a partir del día en que aparecieron los trífidos. De la misma manera, este libro tampoco transcurre en un día en sentido literal, pero su estructura describe las etapas de la vida como momentos del día para ordenar el mar de cosas que ocurren entre que estamos siendo gestados y envejecemos. Hay otro paralelo: si bien la palabra trífidos es decididamente críptica y desconocida para la mayoría, la palabra vida también puede ser bastante esquiva. Admite varios significados y no todas las personas se refieren a lo mismo al enunciarla.
Una analogía final: terminar la última página de El día de los trífidos significó, para mí, una transición. Haber terminado Libro de la vida supone otra: la de escribir mi primer libro. Me gusta pensar que en conjunto construyen un ciclo. De la lectura a la escritura y, ahora que este libro está en manos de sus lectores y lectoras, de nuevo a la lectura. Para tranquilidad de quien esté leyendo, no habrá aquí plantas asesinas, ni tampoco más anécdotas personales. Pero sí intentaré hacer presentes las experiencias de muchas otras personas, reunidas para mostrar que son infinitas las maneras posibles de vivir ese día.