Jíbaros del porno

Jíbaros del porno

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Fabricio Ballarini

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Diego Barrionuevo

¿Ver mucho porno, hace mal?

¿Ver mucho porno, hace mal?

Jíbaros del porno

Corría el vertiginoso e inquisidor siglo XVI en una Europa cargada de fanáticos religiosos con dones artísticos. Mientras tanto, en un pueblito muy pequeño de Nápoles (Italia, Diego Maradona) nacía un niño llamado Giordano “Che” Bruno. Al joven Giordano le gustaba mirar al cielo y sobre todo le gustaba creer que todo lo que observaba era verdad. El joven Giordano creció y observó, pensó y observó de nuevo al cielo, y habló. Años más tarde, Giordano Bruno moría prendido fuego en una hoguera por hereje. Hereje por observar múltiples sistemas solares, hereje por pensar que el universo era infinito. Hereje por no pensar lo que había que pensar.

La historia de Giordano Bruno chorrea romanticismo. Romanticismo científico del bueno. ¿A quién no le conquista el corazón un personaje que murió no solo por pensar distinto, sino por creer que lo que observaba era la verdad? Te Cheguevariza la piel, te hace saltar de alegría. Es una sensación tan hermosa como la masturbación.*

*Sé que cuando leíste el último párrafo, tragaste fuerte, miraste para los costados y en algunos casos lo releíste para ver si decía “masturbación” o era un error de tipeo al querer poner “tan hermosa como la creación”. Sé que lo hiciste porque sos humano y porque por más iPad, internet y nafta super, hoy en el siglo XXI, aún nos encontramos atrapados por una cultura con sensación de “inquisición”.  

¿A qué sociedad no le gustaría poder justificar la idea que vincula la pornografía con una tendencia hacia la estupidez imponiendo inquisidoramente la idea de que “la masturbación te deja ciego, tonto, o por lo menos con pelos en las manos“? ¿A quién no le gustaría titular ‘Afirman que ver mucha pornografía reduce parte del cerebro’ (Clarín), ‘Mirar mucha pornografía reduce parte del cerebro’ (Infobae), ‘La pornografía en exceso reduce parte del cerebro’ (Telefe), ‘Watching pornography damages men’s brains’ (Mirar pornografía daña el cerebro de los hombres) (The Telegraph) o ‘Porn may be messing with your head’ (El porno desordena tu cabeza) (Reuters)?

¿A qué sociedad no le gustaría que eso pase? Bueno, pasó.

Como un chiste que se hace la historia de la humanidad a sí mismo, hoy, post revolución científica, la búsqueda de la verdad está en manos de la ciencia. Sí, aunque la búsqueda por la verdad sea para justificar un prejuicio tan medieval.

¿Qué pasa si te digo que hace pocas semanas salió un trabajo científico en una revista super grosa llamada JAMA Psychiatry, y que el título fue “Brain structure and functional connectivity associated with pornography consumption. The Brain on Porn” (Algo así como “Estructura cerebral y conectividad funcional asociados al consumo de pornografía. El cerebro en la pornografía”)? Seguramente empezarías a creer que las profecías autocumplidas de la sociedad empiezan a caer sobre tus hombros.

Pero, antes de precipitarnos (acá es donde reprimí por lo menos 4 chistes muy malos sobre química inorgánica y 9 sobre eyaculación precoz) y salir como locos a prender antorchas, analicemos el trabajo realizado por los doctores Simone Kühn y Jürgen Gallinat del Max Planck de Berlín.

El título nos vende un vínculo entre la estructura, la conexión del cerebro y el consumo de pornografía. Y compramos, OBVIO. Más compramos cuando a los pocos segundos de leer este apasionante relato bíblico científico empezamos a descubrir que existe una correlación negativa entre la sustancia gris del cerebro y las horas de pornografía vividas por un puñado de jóvenes evaluados.

La sustancia gris de nuestro cerebro corresponde a las regiones integradas por los cuerpos celulares (o somas) y dendritas de las neuronas carentes de mielina. Siendo la mielina un material lipoproteico (una fusión entre los odiados lípidos y las muy mediatizadas proteínas, ponele Wanda e Icardi si querés) que permite una transmisión del pulso eléctrico a mayor velocidad. La sustancia gris, asociada a funciones más complejas, la hallamos fundamentalmente en la corteza de nuestro cerebro y no hay que ser un genio amante de la vida para darse cuenta de que está bueno tener una linda y gran corteza cerebral. Antes de que muchos entren en pánico, preguntémonos cómo llegaron a esta correlación.

SPOILER ALERT: Si pensás que ahora venía la parte donde la ciencia tiene la última palabra, dejá de leer en este preciso momento.

Para evidenciar una disminución de la materia gris con el consumo de pornografía los investigadores hicieron lo siguiente: tomaron 64 hombres (en promedio 29 años) carentes de patologías neurológicas y psiquiátricas alguna. Posteriormente, los metieron en un resonador con el objetivo de escanear su actividad cerebral cuando les mostraban imágenes con contenido sexual o imágenes neutrales. Macanudo (macanudo era como el “copado” en los 80s, copado era como el “increíble” en los 90, increíble era como el “OK” del 2000 en adelante). Luego, una vez afuera del resonador, se les preguntó “che, chicos, ya que están acá, ¿por qué no jugamos a confesar su vida íntima y me cuentan que cantidad de tiempo le dedican a la pornografía, eh?”. Esta gente, lejos de intimidarse o excusarse, calculó y confesó que en promedio miraban 4 horas de porno semanal (valores bastante menores a los del adicto al sexo por internet, no quiero decir la cantidad de horas para no angustiar a más de  uno).

Los resultados, que fascinaron a los medios de todo el mundo, mostraron una correlación entre las horas de pornografía vistas y la cantidad de materia gris del cuerpo estriado derecho (y humano), región involucrada en parte en el procesamiento de acciones relacionadas con la recompensa. Los sujetos que consumían más horas tenían menor cantidad de materia gris. “Lo sabía, lo sabía” grita la tribuna mientras el adolescente se toma la cabeza. Para justificar la idea, y en un acto aún más tribunero, los científicos determinaron que los muchachos con mayor propensión a la pornografía mostraban una menor activación del cuerpo estriado izquierdo cuando miraban las imágenes subidas de tono, evidenciando una conectividad menor entre regiones diestras del cerebro y las zurdas. Los eternos problemas, en este caso de conectividad, entre la izquierda y la derecha.

En conclusión: mirar pornografía te reduce el cerebro.

Me encantaría terminar esta nota como toda nota científica. Con una verdad científicamente comprobada. Eso sí, una verdad momentánea como cualquier otra, pero firme e irrefutable. Me encantaría realmente, pero no, prefiero hacerlos pensar. Pensar como Giordano Bruno, pensar a contracorriente (como el Calamaro y como los Salmones también), pensar que aunque hoy la ciencia sea el símbolo más cercano a la verdad puede tener problemas experimentales o de interpretación. Aunque estemos tentados por decir que “los hombres que ven pornografía tienen partes del cerebro más pequeñas”,  a partir de esos mismos resultados también cabe la posibilidad de pensar que “los hombres con esas regiones de menor tamaño pero de nacimiento tienen mayor propensión a ver más pornografía”, entre otras decenas de posibles correlaciones. Correlación no es necesariamente causalidad. Porque, por más correlación que haya entre el consumo de queso mozzarella y la cantidad de ingenieros civiles recibidos durante el período 2000-2009 o el gasto de EEUU en ciencia, espacio y tecnología y la cantidad de suicidios por ahorcamiento y sofocación en el misma década, su causalidad es inexistente hasta que la ciencia y la lógica lo comprueben.

Simone Kühn y Jürgen Gallinat, como grandes investigadores, saben de las limitaciones de su trabajo y  lo aclaran en su discusión.

Pero ya es tarde. Una vez más, los resultados científicos son devorados por las ganas mediáticas de decir lo que más vende. Lejos de ser criticados por la falta de controles sobre los rasgos de personalidad de los participantes o excesiva confianza en la declaración oral de las horas de pornografía consumida, nos centramos en hacernos creer lo que queríamos creer desde hace siglos atrás, avivando el fuego de la hoguera con trabajos científicos mal interpretados.